Óleo del maestro José Higueras Mora
Salgo
al jardín y me parece pisar una mullida alfombra. Mil colores bajo mis pies
atenúan los pasos. La higuera ya esta deshojando, el otoño le ha hecho mella.
Sus hojas de un verde brillante, ahora se han vuelto de muchos colores,
amarillas, rojas, marrón…
Miro
el laurel y lo veo verde, profundo, altivo, de una considerable altura. Parece junto
al ciprés, los guardianes del lugar. Ellos no se quedan nunca esqueléticos, al
revés parece que el frío les da mejor color parece querer dar envidia, están
junto al albaricoquero que ahora sus hojas caducas van cayendo de un amarillo
precioso.
Y
las adelfas sin flor parecen tristes al ver que los rosales tampoco dan “hijas”, ni aroma. Al lado tiene una
ruda enorme con esas hojas de un verde azulado, tersas, limpias. Dicen que si
alguien llega a tu casa con malas intenciones, o con envidia, la planta se seca
¿puede ser verdad? Como dicen en Galicia “creer
se puede o no, pero haberlas haylas”.
Justo
en la valla las hojas de la parra virgen están llenas de sangre, casi color
purpura, para luego caer inertes sobre unos lirios que forman un gran macizo y
que ahora acusan la estación en la que estamos.
En
cambio la hiedra esta magnífica, resplandece, parece decir que a ella no le importa
el frío, ni el cambio de estación.
¡Hay
tantos árboles juntos y unidos! ahora con esa alfombra multicolor no se pueden
ver las elegantes violetas, tienen un verde distinto, pero son tan humildes que
apenas se dejan ver, eso sí, les gusta invadir todo, ellas se creen como dueñas
del jardín.
Piso
muy despacio para no dañar esas hojas que a mi paso crujen y parece que sea un
llanto ¡el llanto de la muerte! para ellas se termina la vida, llegara el
invierno y las ramas de los árboles además de desnudas nos parecen como desprovistas
de amor para resurgir otra vez en plenitud indicando que ellas son la vida.
Higorca
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