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RITUAL DE CAMUÑAS - Óleo del maestro José Higueras |
En
la plaza de la pequeña villa se reunían un grupo de hombres para celebrar el
ritual. Se vestían con las mejores galas de la época, y salían a la calle para
dar culto a Dios. Siempre les tapaba la cara una careta que ellos mismos en las
noches de invierno se fabricaban. Era la mejor forma de que nadie les
conociera.
También
era un lugar secreto donde se vestían ya que salían de casa con una ropa
distinta y ni aún sus mujeres sabían dónde celebraban sus ocultas reuniones.
Claro que, ellas esos días intentaban no salir a la calle ya que era cosa
simplemente de hombres.
Es
verdad que entre ellos se podía encontrar una “madama”. Claro que era un hombre
disfrazado de mujer que iba bailando y tocando unas “castañetas” o castañuelas.
Este
grupo o hermandad, se hacían llamar el bien, o danzantes. Después de un buen
refrigerio, bien cena o comida, salían a bailar por las calles al son del
tambor, las porras y las castañuelas, sosteniendo en las manos una vara
terminada con un penacho con cintas de colores.
Al
mismo tiempo, otro grupo se reunía en otro rincón del pequeño pueblo. Estos
eran totalmente distintos. No creían en ese Ser Omnipotente.
Se
mofaban de aquellos que veneraban, que entraban en la iglesia, que recibían la
Eucaristía y cantaban alabanzas. Ellos solo tenían una creencia. La guerra.
También
estos llevaban careta, destacándose por llevar dos cuernos que los tapaban con
cintas de colores. Era como si alguien colgara trofeos en ellos.
Al
igual que el otro grupo todas sus reuniones eran secretas y nadie sabía dónde y
cuando eran.
Se
denominaban pecadores. Impíos. Por tanto eran considerados el mal. De vez en
cuando alguno de ellos pedía perdón, se redimían. Quizás acosado por la propia
familia. Para eso salían de la fila, de entre ellos, gritando, ululando como si
en realidad fuesen el mismo demonio. De pronto se ponían a correr hasta llegar
donde estaba la cruz y la Custodia se quitaban la careta y cayendo de rodillas,
pedían el perdón necesario para poder ser mejor persona. Para poder
incorporarse a una vida distinta, a una familia normal.
Estos,
los que pertenecían al mal, tenían una forma muy peculiar de entrar en la
hermandad, en el grupo.
Un
día que ellos determinaban, se levantaban al alba. Antes de que las primeras
luces señalasen sus sombras. Armaban un patíbulo donde se subía el más de los
ancianos del grupo. Aquellos que querían iniciarse en la hermandad, subían detrás
de aquel llamado “maestro” y después de dar unos cuantos bastonazos sobre la
espalda del muchacho simulaban que le ahorcaban. Después de mojarlos hasta los
huesos para purificarlos, les daban las ropas necesarias para que se
incorporaran a la hermandad.
De
esa forma año tras año iban celebrando el ritual. La época era la más idónea
para ello. Era el periodo medieval, donde los hombres poseían toda la fuerza,
la sabiduría, y, las mujeres servían más bien poco, simplemente para diversión
de ellos.
Higorca