Óleo sobre tabla, dimensiones: 116 x 89 cm. Año: 1994,
Titulo: Los Podadores
Autor: José Higureras Mora
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Salón Internacional de Artistas Belgas – Gran Premio Internacional A. E. A.
Con
Medalla de Vermeil en Homenaje a su valor artístico, Ciney (Bélgica)
1994:Gran
Premio Internacional A.I.A.C. Medalla de Oro, Montigny-le-Tilleul (Bélgica)
1994:
Gran Premio del Salón Internacional por los Servicios Rendidos a la Causa de Ciencias, Letras y de las Artes.
París (Francia)
Era
el otoño manchego. El frío se había instalado en el lugar. Había pasado ya un
tiempo después de la vendimia. Ahora tocaba podar las cepas. Aún conservaba el
aíre el olor característico del mosto recién hecho. En cambio las cepas yacían
en sufrimiento. Habían perdido los hijos que las mantenían lozanas, frescas,
con las hojas brillantes llenas de vida. Estaban pariendo los frutos que se
transformarán en un suculento caldo, vida de otra vida.
Los
agricultores se pusieron en marcha para hacer la faena. En La Mancha, las cepas
son muy bajitas, el trabajo de la poda es duro ya que hay que agacharse mucho y los riñones, toda
la parte lumbar, sufre bastante.
Los
amigos se dirigieron a la viña. Se habían preparado un buen almuerzo. Con el frío el hambre era doble, tenían que
estar bien alimentados para llevar a cabo tanto trabajo. El día estaba muy
claro, el sol quería calentar con sus tímidos rayos la meseta pero le costaba,
se apoderaba el frío y las manos se quedaban heladas, de vez en cuando dejaban
las tijeras y se las frotaban con fuerza una contra otra para que entrasen en el
calor necesario para poder mover las “podadoras”.
Se
movían rápido y sin apenas darse cuenta habían “apañao” más de la mitad, casi
no podían ponerse en pie. Se miraban y se reían - ¡se notan los años! – ¡cuando
éramos jóvenes no nos dábamos cuenta y lo teníamos hecho pronto, ahora, nos
cuesta más!
El
más joven caminó hasta dónde tenían la bota de vino, echó un trago y llamó al
compañero - ¿qué… comemos ya? – ¡bueno cuando quieras! – contestó el otro
podador.
Se
sentaron dentro de la caseta dónde guardaban las herramientas, tenían una
pequeña mesa y dos sillas todo viejo a causa de los años y del lugar dónde
estaban.
Todavía
se conservaban calientes las fiambreras, pero no obstante hicieron un pequeño
fuego y las calentaron un poco más. También les servía para entrar ellos mismos
en calor. Comieron ávidamente, hablando de los mil temas del campo. Como
siempre eran los más “pobres”, según ellos, los que menos subvenciones tenían y
aquello era un trabajo duro, muy duro.
Terminaron
aquella comida y se pusieron de nuevo al trabajo, el viento cada vez era más
fuerte y el polvo les cegaba – ¡no vamos a poder terminar! Esto cada vez es más
fuerte, con lo bien que estaba el tiempo cuando hemos venido.
Tuvieron
que guardar todos los aperos, limpiaron bien las tijeras de podar y se
encaminaron al pueblo. Los podadores no pudieron terminar la jornada. Eso tiene el campo en el otoño manchego.
Higorca
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