Óleo sobre tela de lino, pintado en el año 1992 por el maestro José Higueras |
Los cazadores habían salido por la mañana
temprano. El camino era largo hasta llegar al monte. Los perros ya sabían dónde
iban. Estaban acostumbrados y mientras esperaban a que los subieran en el
remolque, ladraban y saltaban llenos de gozo. Les debían gustar las carreras
que se daban en busca de la presa.
Las perdices y los faisanes, intuían lo que
se les venía encima, y, se temían lo peor, trataban de esconderse para que los
perros, y sus amos no les viesen y de un “tiro les segasen” la vida.
La mañana era cálida, el sol estaba justo
encima. Todo parecía tranquilo y ellos, los cazadores, caminaban y caminaban en
pos de la presa deseada.
Entre ellos hablaban pero eso sí en voz muy
baja para no espantar a los “bichos”. Después
de mucho caminar, vieron como asomaba una pequeña cabeza entre unas matas,
prepararon las escopetas para tirar con certeza, estaban quietos, muy quietos, inmóviles.
Salió confiadamente la perdiz de su
escondrijo, de pronto un estruendo sonó con fuerza. El pobre animal cayó al
suelo sin remisión. El perro salió corriendo en pos de la pieza para entregársela
a su dueño. Este la colgó del cinturón y siguieron camino adelante.
Así toda la mañana, caminaban kilómetros y
kilómetros hasta que conseguían las piezas deseadas. Al mediodía, cansados y
con una buena cantidad de ellas, entre perdices y faisanes, recogieron los
perros, los metieron de nuevo en el remolque y camino de casa.
Mientras ellos cazaban, otros habían ido al
mar de pesca, bueno mejor a coger algo muy sabroso. Ostras, unirían las dos
cosas para hacer una buena comida. En la casa las mujeres se afanaban para
cuando llegaran los cazadores.
Los estaban esperando. Sobre la mesa una
buena fuente de aquellas conchas, arrugadas pero frescas, y vivas, ricas y
apetitosas. Dejaron la caza y se sentaron para dar buena cuenta de aquella
comida.
De primero, y como aperitivo aquel exquisito
marisco regado con un delicioso limón. De segundo, perdices escabechadas. Abrieron
unas botellas de buen vino: blanco por un lado, tinto por otro. Buenos acompañantes
para ambas cosas.
La tertulia estaba en “marcha” los hombres
daban cuenta del ágape mientras hablaban de todo lo acaecido por la mañana.
Así pasaban las jornadas en la época de salir
a cazar, luego llegaba la veda y todo cambiaba. También se reunían pero menos,
era cuando aprovechaban para ir a lo mejor de vacaciones. La caza, era muy
importante para ellos, decían que nunca se debía matar a un animal por el
simple hecho de hacerlo, debía preservarse siempre todo aquello que nos rodea
para seguir teniendo vida a nuestro alrededor.
Higorca
3 comentarios:
Me encanta leerte, besitos preciosa.
¡Precioso, Higorca!
El óleo y el relato.
Has descrito con verdadero realismo una jornada de caza. En mi época de estudiante, durante las vacaciones, acompañaba a un amigo cuando su padre salía de caza y le ordenaba ir con él para aprender y coger las piezas. A veces llevaban el hurón. Me resultaba cruel lo que presenciaba por lo que dices en el último párrafo.Yo creo que matar por matar es un crimen. Y hoy en día no estamos en épocas de hambruna como aquélla,y todos podemos comer sin necesidad de arrasarlo todo por capricho o por afición.El que tiene dinero para mantener una escopeta y sus licencias y una jauría de perros, no pasa hambre; caza por placer. Un beso, guapa.
Siglos sin escribirte pero eso no quiere decir que me olvide. Quiero hacerlo antes de irme fuera.
Un abrazo fuerte
Publicar un comentario